Se debe aumentar la seguridad y evitar dejar la vida en la calzada
El cambio de siglo nos debía traer avances,
ilusiones y retos que todos debíamos afrontar. La sociedad del siglo XXI es esa
sociedad técnica, sensible y social que ve como la tecnología, la medicina y la
movilidad, entre otras, evolucionan a un ritmo difícil de seguir: leemos continuamente
en los medios cómo el avance producido un día es superado por el que se
conseguirá mañana.
Hablamos de movilidad segura y sostenible, de
coches autónomos, de turismos voladores, de drones que serán taxis, etc. sin
duda un fantástico futuro lleno de retos. Pero si miramos al presente, volvemos
a la realidad de los accidentes de tráfico, de los muertos y heridos que continúan
produciéndose a causa de la sinrazón.
En lo que llevamos de siglo (datos hasta
2016), 1.244[1]
ciclistas han perdido la vida en una calzada de nuestro país. Este dato merece,
sin duda, una reflexión profunda y estricta de la cruda y tozuda realidad: más
de 70 ciclistas mueren de media anualmente.
Una lectura fácil sería decir que la
situación no es tan grave como las estadísticas nos muestran, que el parque
móvil del año 2000 al 2016 se ha visto incrementado en casi 9 millones de
vehículos, como también se ha ido intensificando el uso de la bicicleta[2],
en la actualidad se venden más de 1.100.000 unidades. Si ponderamos estas
variables, veremos que la situación no es tan grave, pero ningún argumento
puede ni debe “dulcificar” o admitir aunque sea mínimamente la mortalidad y
morbilidad que se está dando en España.
Mi opinión es que no se deben buscar
culpables sino realizar un ejercicio de reflexión e intentar buscar soluciones.
Lo que necesitamos es una estrategia nacional compartida por todos, como
compartimos la vía, ejercer la empatía entre todos los usuarios de la misma. Se
trata de concienciación, de creer y también se trata de regular, de cumplir y
hacer cumplir las normas de las que nos dotamos para hacer de la movilidad un
ejercicio seguro y sostenible.
Solemos mirar realidades como las que se
viven en Alemania, Copenhague, Francia y Holanda; pero más allá de aprender y
adoptar soluciones debemos crear una estrategia global, que abarque del
urbanismo a la regulación, pasando por la concienciación/formación.
En ciudades como Copenhague se utiliza la
bici desde 1880 para trasladarse al trabajo, así que su uso está integrado en
el ADN de los ciudadanos, al igual que su modelo de movilidad. En la iniciativa francesa se bonifica a
aquellos trabajadores que utilizan la bicicleta para desplazarse al trabajo.
Aplicar las soluciones que se han implementado
en otros países no garantizará ni una mejora de la movilidad ni tampoco un
incremento de la seguridad de los ciclistas. Debemos observar e incorporar
aquellas soluciones que sean compatibles con nuestras necesidades e
idiosincrasia.
Nuestra realidad no es única porque tampoco
lo son las situaciones que se dan, ciudades como Barcelona o Madrid, por
ejemplo, son diferentes entre sí como lo son otras ciudades por eso es
necesario crear un marco general y una aplicación inteligente que facilite la integración
de la movilidad en bicicleta en el sistema.
Creo que debemos dar un paso más y no buscar
soluciones para el uso de las bicicletas en la circulación de nuestras ciudades
y carreteras, lo que debemos hacer es buscar una política de movilidad que tenga
a la bicicleta como un elemento más y no como una pieza extraordinaria. En
otras palabras, incorporar el enfoque
del ciclista en las estrategias de movilidad, en la creación de otro modelo de
ciudad y circulación; esto contribuirá sin lugar a dudas a disminuir la
accidentabilidad que sufrimos en la actualidad.
Manuel Nogales Romero
@nogalesmanuel
Artículo publicado en la revista Travesía.