miércoles, abril 25, 2012

Relato. El último día.

Este es un relato corto presentado en la 6ª Edición Concurs Online de TMB.
Además de tener un cariño especial por la persona que lo ha escrito, creo que refleja a la perfección las emociones que conlleva encontrarse en una situación así.
Os invito a invertir dos minutos en este relato...

El último día.
Por Crimea.

Aquella mañana coincidí con ella en las paradas de libros y rosas de la puerta de Hipercor. Estaba graciosa con su minifalda verde y botas camperas. Llevaba el pelo suelto, nunca se lo había visto tan largo. Perdimos el tiempo ojeando libros. Yo, emocionada, no sabía cual comprar y ella divertida jugaba a leerlos diciendo que tenían muchas palabras. Reímos un rato, después, me entró la prisa.
- ¿Por qué no te compras una moto de una vez? –me dijo– es lo más rápido para moverse por Barcelona.
- ¡Una moto! – contesté sorprendida– Lo más rápido es el metro. Me separan diecisiete minutos exactos de la puerta de mi trabajo.
Mirando el reloj me despedí y salí corriendo.
Cuando entré en el metro busqué un lugar donde apoyarme y ávida de lectura empecé el libro que había comprado. No recuerdo el título, ni el autor, ni de que iba. No recuerdo más palabras de aquel día, solamente su risa tras de mi, gritando que llegaría tarde. Mi mente ha borrado algunos recuerdos, solo me queda su risa y sus bromas de aquellos escasos diez minutos. Nos veremos luego nos dijimos y ya nunca la he vuelto a ver como aquel día.
Tres días después camino del trabajo, cuando estaba sumergida en la lectura de mi libro, sentada entre dos hombres robustos que casi me chafaban, sonó mi teléfono. Casi avergonzada por el zumbido y haciendo malabares con el libro, la chaqueta y el bolso conseguí atender la llamada. Fue una noticia rápida, de esas que se clavan en el corazón. Un accidente… no se ha enterado. Allí entre aquella gente desconocida me sentí más sola que nunca y un dolor me aprisionó. Corte nerviosa la llamada y me levanté, miré el panel de las estaciones, de pronto no sabía dónde estaba.
Una mujer mayor, de esas que han vivido lo suficiente para saber que al otro le pasa algo, se levantó de su asiento y se me acercó.
- ¿Dónde necesitas ir? –me preguntó con la voz más dulce del mundo.
- A Sant Pau –le contesté– al nuevo hospital.
En ese momento las puertas se abrieron y la mujer cogiéndome por los hombros me acompañó fuera del vagón. Se sentó conmigo en un banco y allí, entre gentes que apretaban el paso en su ir y venir, su mano desconocida me dio el valor suficiente para llorar. No sé el rato que allí estuvimos. Su voz pausada me dio la calma que necesitaba. Después me señaló el camino más corto para ir a mi nuevo destino y ella, con mi promesa de que estaba bien, retomó su viaje cuando un nuevo tren entró en la estación. Yo, más tranquila, cogí el tren en dirección contraria y seguí el camino señalado.
Hoy nuevamente las paradas de libros y rosas adornan las calles. Repito el ritual de comprar un libro. Ha pasado un año desde entonces y al andar hacia el metro recuerdo una voz a mi espalda, llegarás tarde, me trae el viento. Mis ojos me engañan, la veo.
No, no me engañan. Es ella sentada en su silla de ruedas, pero no es mi amiga a quien veo, es otra quien habita su cuerpo. Otra voz la que pregunta quien soy cuando me acerco. Otra risa la que dice que no me había conocido.
Después, cuando iba sentada en el metro, empezando el nuevo libro, el sonido de una voz conocida y olvidada me ha sacudido. La he buscado entre las gentes que me rodeaban y allí estaba ante mí, conversando tranquila con una acompañante. He mirado a la mujer largo rato, no me he atrevido a decirle nada, pero en un momento nuestras miradas se han cruzado y yo solo he podido sonreír diciendo gracias muy bajito. No ha podido oírme, pero me ha devuelto la sonrisa. Hemos seguido ahí, una delante de la otra, yo mirando por encima de mi libro, ella ajena conversando. Así han pasado varias estaciones. Cuando el tren se ha parado en Catalunya y debía bajarme un impulso me ha hecho volverme hacia ella y con una gran sonrisa le he ofrecido mi rosa. Ella la ha cogido agradecida y simplemente ha preguntado ¿Nos conocemos?

http://relatscurts.tmb.cat/ca/relat/lliure/2112